Equis está a punto de emprender el regreso, siempre el regreso, siempre se regresa, pero el regreso, piensa, debe ser el hallazgo de la paz, del mundo interior que se mece placentero después del camino. Pero sabe que no es así. Vuelve a lo mismo, a las taresas urgentes, a las citas desesperadas porque el tiempo se acaba, a las decisiones importantes e impostergables, a los teléfonos martilleando el aire con su rinrín insoportable, a los mensajes conminatorios de los correos electrónicos, a las reuniones familiares e indispensables en las que el tiempo ha corrido a la misma velocidad que las pulsaciones de la sangre por sus venas. ¿Para qué, para qué todo eso?, se pregunta en un silencio que ahora es incapaz de comprender.
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