Sueño con la primera cereza del verano. Se la
doy y ella se la lleva a la boca, me mira con ojos cálidos, de pecado, mientras hace suya la carne. De repente, me besa y me la devuelve con la boca. Y yo que
voy tocado para siempre, el hueso de la cereza todo el
día rodando en el teclado de los dientes como una
nota musical silvestre.
Por la noche: «Tengo algo para ti, amor».
Dejo en su boca el hueso de la primera cereza.
Pero en realidad ella no me quiere ver ni hablar.
(Gracias Azahara. Gracias por enseñarme tantas cosas.)
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