¿Quién puede saber lo que el día de mañana guarda para nosotros? ¿Quién puede con seguridad absoluta fiarse de su semejante? Aun el amigo que come pan a nuestro lado puede alzar su talón en nuestra contra y la persona que duerme en nuestro regazo sería capaz de traicionarnos si la ocasión le resultara favorable. Hay buena parte de verdad en afirmaciones como esas. Pero ¿quién dejaría de comer uvas porque una vez le salieron agraces?, o ¿quién dejaría de beber agua porque en cierta ocasión estaba sucia? El temor al mañana, las amarguras del pasado no pueden derminar nuestro futuro. Al menos, no hasta el punto de convertirlo en una pesada losa de mármol que pese sobre nuestra felicidad.
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