Al principio, se quedó en el fondo de la jaula, pero enseguida subió al palo y empezó a cantar, emitiendo unas notas agudas y rápidas.
Llamé por telefono a un amigo aficionado a la ornitología y le describí su aspecto: pequeño, no más de cinco centrímetos, pluma verdosa, una banda negra con el centro amarillo. Me dijo que era un Reyezuelo y que se alimentaba de insectos.
Debia devolvero a la naturaleza. No se había resguardado bien durante la noche, porque era una cría, pero sobreviviría sin problemas. Cuando me acerqué a la jaula para liberarlo, descubrí que había separado los barrotes y había volado hasta un aparador. Aproximé la mano con cuidado y se subió a ella. Abrí el balcón y nos miramos a los ojos por segunda vez, casi como si nos despidiéramos. El pájaro echó a volar, buscando las copas perennes de pinos y encinas.
Acababa de vivir una experiencia sencilla, breve y espontánea.
Quizás la felicidad es eso: prodigar o recibir ternura, sentir el palpido de la vida, no lamentar que el tiempo pase y las cosas finalicen, acumular hermosos recuerdos, mantenerse despierto y expectante ante lo inesperado.
Revista "Mente Sana nº 122" Artículo de Rafael Narbona
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